jueves, 19 de diciembre de 2013

lunes, 16 de diciembre de 2013

La enfermedad mas grave es la indiferencia

Un hospital siempre es un lugar triste, un hospital infantil, lo es mucho más, y un hospital infantil en un país sin recursos...... pues eso!

 

Siempre he pensado en lo duro que debía resultar trabajar en un hospital, una ambulancia, asistencia o rescate en accidentes. Y creía que estos profesionales estaban hechos de otra pasta para poder sobrellevar toda la carga emocional que supone un trabajo así. Desde luego, creo que son los profesionales que más admiro. Tratar el sufrimiento, la enfermedad y la muerte tan de cerca, y día tras día, debe ser agotador. Por otro lado, me parece la profesión más importante y necesaria, junto con la de maestro.

 

Después de casi dos meses en la pediatría, he podido vivir un poco de lo que es la vida en un hospital (poco, porque mi trabajo no está allí) pero es la vez que más cerca he estado del día a día en un centro sanitario. Viendo y viviendo la enfermedad y la muerte tan de cerca. En niños. Viendo como trabajan los profesionales de la salud, y entendiendo por fin, que cada día aprendes a llevar mejor ese sufrimiento ajeno, y en mi caso, al menos, que cada día te haces más fuerte frente a él (que no menos sensible). Entiendo esa aparente frialdad, o fortaleza diría yo, de médicos, enfermeras y enfermeros, que tratan a diario con eso.

 

Un orfanato también es un lugar triste. “ABANDONADO”, cada vez que lo leo en una de sus fichas junto con el nombre, fecha y demás, se me retuerce otra vuelta el estómago. Siguen sin parar de llegar, y las cunas no dan más de sí.  Algunas son auténticas latas de sardinas, y siempre hay hueco abajo (en el suelo y sin colchón) para otros tantos, más mayorcitos.

 

Pero en el orfanato se viven otras cosas. Se vive la familia. Hacemos de mamás de todos esos niños y niñas y compartimos todo el día con ellos. Desde que se levantan hasta que se acuestan. Los más mayores, sobretodo algunas niñas, ayudan con los cuidados de sus hermanos pequeños, juegan con ellos, y también les molestan a veces, como todos los hermanos. Es precioso. Vas viéndoles crecer: los primeros pasos de Gemima, los dos dientecillos de Francesca y Joseph, las primeras parrafadas de Joseph, la sonrisa de Moise, que la tenía escondida, el gateo a toda velocidad de Agata, el intento de Agustín, las primeras muecas de Laura... Se crean lazos que cada vez son más fuertes. Los pequeños no paran de dar luz cada rato, algo sin lo que la menda difícilmente hubiera aguantado tanto tiempo en este lugar. Los bebés, con sus monerías de bebé. Los que ya corretean, con sus recibimientos, sus abrazos, sus besos (cualquiera diría que han pasado sólo horas desde que nos vimos). Las más mayores , de manera más tímida también piden cariño, y sobretodo dan, y tanto que dan! Cada vez que alguna de ellas me da un abrazo, así sin venir a cuento, siento como si me inflara lentamente.

Somos una gran familia. Con más de 700 niños y niñas.

 

Así que, os podéis imaginar cuando se juntan

muerte,

enfermedad,

y orfanato.

Eso duele, sí!

 

Y aunque cada día nos hacemos más fuertes, hay cosas a las que espero no acostumbrarme en la vida. Como dice mi hermano “el Negrata”: la enfermedad más grave es la indiferencia.

 

Mucha salud a todxs!!!

Pachús

lunes, 4 de noviembre de 2013

Una de cal y una de arena

Amanecer en la pediatría es bonito. Los primeros sonidos del día me sirven de despertador. Los gallos, los pájaros, los grillos y unos cuantos animales más, que no identifico, se ponen de acuerdo como si de una jamsession se tratara. El paisaje es precioso también. Desgraciadamente todos los días, al concierto se unen los llantos de los niños de la sala de tuberculosis, justo encima. Son desgarradores. Y se clavan. La primera bofetada de realidad llega antes que el café.

La pediatría es como un pueblito en cuesta. A un lado y otro están repartidas las distintas casas, donde viven los niños del orfanato, y los pabellones del hospital, donde se atiende a gente de fuera también. Sobretodo niños, pero también algún que otro adulto.

La primera subida a la Neo (Casa de Neonatología) es mi favorita del día. “Bon jour” por aquí, “Nbote” (saludo lingala) por allá... hasta que abro la primera habitación de la casa, donde están los más peques. Allí me espera la siguiente dosis de alegría y la carga de energía que me da fuerza para el resto del día. Ver amanecer a un bebé es lo más bonito que he visto en mi vida. Tengo la suerte de contar con muchos sobrinos y sobrinas. Esa carita entre somnolienta y mimosa dedicándote la primera sonrisa del día.... esa, multiplicada por 11, hace de verdad el mejor chute que haya conocido jamás.

Los que ya andan o gatean están revoloteando por allí también, todos con sus sonrisas puestas y empezando a trastearlo todo. Entre tirones de pantalón, enredos con la mosquitera y risas hay que poner orden para empezar con los baños. Habrá agua? Tendremos luz? Y agua caliente? Hay días que sí, pero hay muchos que no. Afortunadamente, ellos son fuertes y superguerreros.

El día sigue entre biberones y pañales en la Neo. Nunca pensé que se pudieran dar tres biberones a la vez y mecer a un cuarto con el pie que te queda libre. Las quemaduras de los culitos parece que están mejorando con la pomada que nos recomendó Patrick. Mierda! Se ha acabado y no sabemos cuando alguien podrá ir a la ciudad a por más. Tampoco hay dinero. También se están acabando los pañales. Y hoy las diarreas son descomunales. No hay leche de la misma marca para cada toma y así es imposible controlar las digestiones. Todo lo que habían mejorado esos culitos y los hongos de la espalda y cuello, se irá a tomar viento una vez más.
una le entran ganas de llorar. Y llora. A ellos no hay quién les quite la sonrisa.

Los momentos de sueño de los bebés aprovechamos para hacer algo de caso al resto de pequeños. Sólo en la Neo son 104, y no paran de llegar. Cuatro han llegado desde que estamos aquí. No sabes por donde empezar, muchos ni siquiera han aprendido a andar con 2 o 3 años. Otros están en estado de shock ante el caos del resto. Pero todos sin excepción están faltos de besos, abrazos, caricias y afecto. Así que siempre es por ahí por dónde se puede empezar. La alegría llega enseguida otra vez. Jeremi, después del trabajo y la dedicación de Kari ha empezado a hablar, a interactuar con los demás. Le ha cambiado la expresión de la cara. Parece otro. Maya está cada vez más sonriente y se empieza a dejar tocar las piernas que le deben doler una barbaridad. Donali se va a dormir cada día más tranquila y contenta, y pregunta por Evelin. Es increíble la velocidad de reacción.
Y la emoción, nos vuelve a cargar las pilas.

Subes y bajas la cuesta de la pediatría unas cuantas veces al día. Siempre cruzando sonrisas. Mamás cocinando, cantando, niños jugando, bailando, familiares esperando... Me cruzo con Patrick que viene de cuidados intensivos. “Acaba de morir un bebé, una cardiopatía. Al otro lo hemos conseguido resucitar”. Se escuchan los gritos; de los familiares, supongo.

No es el primero desde que estamos aquí desde luego. Esto es el pan nuestro de cada día. Mueren niños casi a diario aquí. Así es.

También me cruzo con Silvio que me cuenta que por fin se han conseguido pagar los sueldos del personal. Este debe ser el pan nuestro de cada mes. Junto con la luz, el agua, la comida, los medicamentos... Claro, que ahora habrá que pensar en cómo pagar la deuda.

Ya atardece y me encuentro con el padre. Siempre es un lujo compartir un ratito con él. Sólo estar a su lado reconforta. Hablar con él es una de las mejores medicinas aquí. Otro que no pierde la sonrisa ni el sentido del humor, ni la entereza, ni la coherencia, ni la amabilidad, ni la cercanía... Hoy me cuenta que ha llegado un niño nuevo. Benjamín. Un añito aproximadamente. “Le faltan los ojitos” me dice con ese tono suave y tranquilo, con esa voz llena de ternura y con esa sonrisa llena de cariño.

Por la tarde los peques juegan. Unos en el suelo, otros en brazos, otros en la silla. Allí aprovechamos para dedicar un poco de atención individual a los que más lo necesitan. Si el tiempo lo permite, claro. Aquí faltan manos y muchísimas horas al día. Siempre que podemos nos acercamos a Casa Patrick, justo al lado de la Neo. Es la casa de los niños con alguna discapacidad. En Casa Patrick todo es posible. Y se respira una ternura difícil de entender. Los abrazos, besos y cariño son igual de bienvenidos y agradecidos, o quizás más, no lo sé.

La hora de irse a dormir (lala) es al rededor de las siete y media. Hasta mañana. Shhhhhhh....

En la cena compartimos todos las comidas tan ricas que nos prepara Mama Teresse cada día. Las acompañamos de cerveza y vino (cuando hay). Compartimos también todo lo vivido en la jornada. Tenemos nuestro momento de desahogo. De risas y chorradas a veces. De lágrimas y abrazos otras. De apoyo y de sensación de formar parte de esta gran familia. La familia de Mama Nkoko y del Padre Hugo.

Y así pasa el tiempo en la pediatría. Sin lugar al aburrimiento. Entre una de cal y una de arena.
A veces gana la CAL, a veces la ARENA.

martes, 15 de octubre de 2013

È un mondo dificile

Pachús Barbón, Kinshasa. Octubre 2013

El otro día me decía alguien que lleva más de 30 años aquí, lo difícil que se hace explicar la vida aquí pasado un tiempo. “Escribe ahora que acabas de llegar”, me decía. Luego te acostumbras y ya no eres capaz de explicarlo. “Esto hay que contarlo al principio”. Sentí que tenía razón, es ahora el momento de explicar mis sensaciones, ahora que estoy recién llegada de la otra parte del mundo, impregnada de la Europa en la que he crecido, y que me puedo hacer entender mejor. Pero no señores. Esto no es fácil. No es fácil contar las tropecientasmil sensaciones y emociones que llevo vividas desde que aterricé en este continente, hace ahora una semana. Sin embargo, voy a intentarlo.

Echando la vista atrás (porque aquí el tiempo va a otro ritmo) recuerdo nuestra llegada a Kinshasa. Después de una jornada con nuestros padrinos de aventura, Ana y Rodrigo, preparando y organizando maletas con material para llevar, recopilando información y anécdotas, consejos de ellos que ya han estado aquí, todo tipo de preparativos y esa sensación de estar ante un evento muy importante... por fin estamos en ese avión, en el que mi KA tiene la maravillosa idea de ver la película Kinshasa Kids, así... para entrar en situación. Os la recominedo; para eso, para entrar en situación y que se pueda entender mejor lo que vayamos contando aquí.

Una vez aterrizamos en el aeropuerto ya se nota la calidez de la gente. Todos quieren ayudarnos con las maletas, no sabemos bien si con segundas... Todos son amables y se respira una humanidad envidiable. Por fin, reconocemos al Padre Hugo y a la tía Tita, que han venido a recogernos y darnos la bienvenida. Sí, somos unas afortunadas, desde el minuto uno. Vamos con el Padre a tomar una cerveza en una tasca del aeropuerto mientras llegan los dentistas italianos, y entre presentaciones, situarnos y demás, aparece un chico con una paloma atada de una pata; tras un pequeño movimiento de billetes, acaba la paloma en manos de la encargada del bar y supongo que de la olla de la tapa del día siguiente. ¡Bienvenidas al Congo!. 

El viaje del aeropuerto a la pediatría es difícil de describir, y me acuerdo de mi hermanito Rodrigo. Ya de noche, calles llenas de gente vendiendo, comprando, con chiringuitos de farolillo, cantes, bailes, furgonetas hasta arriba, motos y viandantes por el mismo carril. Nosotras en la parte de atrás de nuestra furgo disfrutamos de la banda sonora de cada cual que se cruza en el camino.

La llegada a Kimbondo es algo sorprendente. Cualquiera diría que estamos llegando a un resort de vacaciones. El lugar es precioso.
Y duerme.
Sólo se aprecia la belleza de sus caminos llenos de plantas enormes y troncos de bambú perfectos que dibujan el camino a lo que será nuestro hogar.

La cruda realidad llega al día siguiente. Está detrás de las paredes de los pabellones que conforman el precioso complejo. Afortunadamente, la esencia del Padre Hugo, está en cada rincón (sin excepción) y todo goza de una alegría, una vida y una sensación de bienestar, dentro del caos y la locura, que hace que te seques las lagrimas de un mangazo y tires palante.

Hay tanto que hacer...... en un lugar tan bonito.