lunes, 4 de noviembre de 2013

Una de cal y una de arena

Amanecer en la pediatría es bonito. Los primeros sonidos del día me sirven de despertador. Los gallos, los pájaros, los grillos y unos cuantos animales más, que no identifico, se ponen de acuerdo como si de una jamsession se tratara. El paisaje es precioso también. Desgraciadamente todos los días, al concierto se unen los llantos de los niños de la sala de tuberculosis, justo encima. Son desgarradores. Y se clavan. La primera bofetada de realidad llega antes que el café.

La pediatría es como un pueblito en cuesta. A un lado y otro están repartidas las distintas casas, donde viven los niños del orfanato, y los pabellones del hospital, donde se atiende a gente de fuera también. Sobretodo niños, pero también algún que otro adulto.

La primera subida a la Neo (Casa de Neonatología) es mi favorita del día. “Bon jour” por aquí, “Nbote” (saludo lingala) por allá... hasta que abro la primera habitación de la casa, donde están los más peques. Allí me espera la siguiente dosis de alegría y la carga de energía que me da fuerza para el resto del día. Ver amanecer a un bebé es lo más bonito que he visto en mi vida. Tengo la suerte de contar con muchos sobrinos y sobrinas. Esa carita entre somnolienta y mimosa dedicándote la primera sonrisa del día.... esa, multiplicada por 11, hace de verdad el mejor chute que haya conocido jamás.

Los que ya andan o gatean están revoloteando por allí también, todos con sus sonrisas puestas y empezando a trastearlo todo. Entre tirones de pantalón, enredos con la mosquitera y risas hay que poner orden para empezar con los baños. Habrá agua? Tendremos luz? Y agua caliente? Hay días que sí, pero hay muchos que no. Afortunadamente, ellos son fuertes y superguerreros.

El día sigue entre biberones y pañales en la Neo. Nunca pensé que se pudieran dar tres biberones a la vez y mecer a un cuarto con el pie que te queda libre. Las quemaduras de los culitos parece que están mejorando con la pomada que nos recomendó Patrick. Mierda! Se ha acabado y no sabemos cuando alguien podrá ir a la ciudad a por más. Tampoco hay dinero. También se están acabando los pañales. Y hoy las diarreas son descomunales. No hay leche de la misma marca para cada toma y así es imposible controlar las digestiones. Todo lo que habían mejorado esos culitos y los hongos de la espalda y cuello, se irá a tomar viento una vez más.
una le entran ganas de llorar. Y llora. A ellos no hay quién les quite la sonrisa.

Los momentos de sueño de los bebés aprovechamos para hacer algo de caso al resto de pequeños. Sólo en la Neo son 104, y no paran de llegar. Cuatro han llegado desde que estamos aquí. No sabes por donde empezar, muchos ni siquiera han aprendido a andar con 2 o 3 años. Otros están en estado de shock ante el caos del resto. Pero todos sin excepción están faltos de besos, abrazos, caricias y afecto. Así que siempre es por ahí por dónde se puede empezar. La alegría llega enseguida otra vez. Jeremi, después del trabajo y la dedicación de Kari ha empezado a hablar, a interactuar con los demás. Le ha cambiado la expresión de la cara. Parece otro. Maya está cada vez más sonriente y se empieza a dejar tocar las piernas que le deben doler una barbaridad. Donali se va a dormir cada día más tranquila y contenta, y pregunta por Evelin. Es increíble la velocidad de reacción.
Y la emoción, nos vuelve a cargar las pilas.

Subes y bajas la cuesta de la pediatría unas cuantas veces al día. Siempre cruzando sonrisas. Mamás cocinando, cantando, niños jugando, bailando, familiares esperando... Me cruzo con Patrick que viene de cuidados intensivos. “Acaba de morir un bebé, una cardiopatía. Al otro lo hemos conseguido resucitar”. Se escuchan los gritos; de los familiares, supongo.

No es el primero desde que estamos aquí desde luego. Esto es el pan nuestro de cada día. Mueren niños casi a diario aquí. Así es.

También me cruzo con Silvio que me cuenta que por fin se han conseguido pagar los sueldos del personal. Este debe ser el pan nuestro de cada mes. Junto con la luz, el agua, la comida, los medicamentos... Claro, que ahora habrá que pensar en cómo pagar la deuda.

Ya atardece y me encuentro con el padre. Siempre es un lujo compartir un ratito con él. Sólo estar a su lado reconforta. Hablar con él es una de las mejores medicinas aquí. Otro que no pierde la sonrisa ni el sentido del humor, ni la entereza, ni la coherencia, ni la amabilidad, ni la cercanía... Hoy me cuenta que ha llegado un niño nuevo. Benjamín. Un añito aproximadamente. “Le faltan los ojitos” me dice con ese tono suave y tranquilo, con esa voz llena de ternura y con esa sonrisa llena de cariño.

Por la tarde los peques juegan. Unos en el suelo, otros en brazos, otros en la silla. Allí aprovechamos para dedicar un poco de atención individual a los que más lo necesitan. Si el tiempo lo permite, claro. Aquí faltan manos y muchísimas horas al día. Siempre que podemos nos acercamos a Casa Patrick, justo al lado de la Neo. Es la casa de los niños con alguna discapacidad. En Casa Patrick todo es posible. Y se respira una ternura difícil de entender. Los abrazos, besos y cariño son igual de bienvenidos y agradecidos, o quizás más, no lo sé.

La hora de irse a dormir (lala) es al rededor de las siete y media. Hasta mañana. Shhhhhhh....

En la cena compartimos todos las comidas tan ricas que nos prepara Mama Teresse cada día. Las acompañamos de cerveza y vino (cuando hay). Compartimos también todo lo vivido en la jornada. Tenemos nuestro momento de desahogo. De risas y chorradas a veces. De lágrimas y abrazos otras. De apoyo y de sensación de formar parte de esta gran familia. La familia de Mama Nkoko y del Padre Hugo.

Y así pasa el tiempo en la pediatría. Sin lugar al aburrimiento. Entre una de cal y una de arena.
A veces gana la CAL, a veces la ARENA.